href=»https://goyovigil50.files.wordpress.com/2011/04/5marz2011corr.jpg»> Decía Apollinaire que no conocemos todos los colores y que cada hombre los inventa nuevos.
Mi amigo y pintor HUMBERTO VIÑAS me dirige desde la ciudad maleconera, la suya, La Habana, unas cartulinas en que las tonalidades y los tintes dan a las fisonomías la noción anémica y depresiva, la que cierra ventanas al mar para detener la sonrisa del vómito.
El artista, me confiesa, se ve como una intersección de latitudes inexistentes, detrás del muro sólo está la calle y en ella vigila una teoría completa y encerrada, calibrada con caña y aguardiente.
Reconoce que la coloración ya no tiene ánimos para trabajar ni idear, se está acercando peligrosamente a un espejismo de fuego sin arder y polvo de cenizas de ansias sin recobrar.
Cuando pinta ya no se involucra en la línea, la textura, el pigmento o la composición, se implica en la subsistencia y en el no morir cada vez que toca la piel enguantada de negro de su mulata fiel.
El juego siempre está empezando pero para el que, en la comedia del ser, el hecho de ser algo consiste en simularlo.
Si he de sobrevivir, se despide, que sea escapando al destino, pues ellos, los que yo saco de ese fondo plástico habitado por fantasmas, llevan mucho tiempo perdiéndolo.
El poder de la escritura únicamente existe cuando es escritura del poder (de autor olvidado).