Escribe Fumaroli que el arte contemporáneo (que hay que tener cuidado de distinguir del arte de hoy, que no se muestra ni se ve) es una entidad fiduciaria concebida, promovida y consumida por un reducido club mundial.
Algo de cierto si que hay en esta apreciación, aunque me resisto a creer que un espectáculo como la obra del inglés CRAGG no sea de la complacencia de cualquier tipo de espectador.
Esos torbellinos que se enroscan y suben hacia lo alto en zigzagueos, o esas formas aladas que se rigen por una naturaleza de una organicidad espuria, más auténtica que la original si cabe. O esos reptiles plateados o esos cilindros verticales u horizontales. Todas estas piezas están ideadas conforme a un espíritu que nada suelto, se divierte arriesgando y apostando, se aventura en el espacio para hacer de él su hábitat, incubando unas condiciones geofísicas que nos permitan protegernos y rehabilitarnos.
Y además el entorno es como si se acoplara a los efectos de estas formas, lo tuvieran como un elemento que conformara cada obra resultante después de tanto tiempo, el que se tarda en volver y regresar, en ir y crear para morir a su alrededor, acariciado por la templanza de esas formaciones que a cada momento están más vivas.
Un enjambre copula en la sangre.
(Giuseppe Ungaretti).